La invención de la escritura constituye uno de los momentos estelares de la historia de la humanidad. A decir verdad, solo puede hablarse de Historia precisamente con la aparición de este recurso para codificar todo tipo de datos. Su origen hay que buscarlo en esa cuna de civilizaciones que fue el Or...
La invención de la escritura constituye uno de los momentos estelares de la historia de la humanidad. A decir verdad, solo puede hablarse de Historia precisamente con la aparición de este recurso para codificar todo tipo de datos. Su origen hay que buscarlo en esa cuna de civilizaciones que fue el Oriente Fértil u Oriente Medio en general. Mesopotamia y Egipto fueron los primeros pueblos que comenzaron a dejar testimonios escritos mediante las escrituras cuneiforme y jeroglífica, respectivamente. Poco a poco, el invento fue popularizándose mediante el contacto con otras civilizaciones. Las grandes culturas clásicas, Grecia y Roma, expandieron la escritura por todo el Mediterráneo y buena parte de Europa. De hecho, los primeros grandes libros antiguos que se conservan están dedicados muchas veces a la transcripción de obras grecorromanas. Muy cerca de nosotros, en los monasterios europeos de la Alta Edad Media, los monjes desarrollaron una intensa labor copista que nos dejó innumerables incunables y otras recopilaciones de manuscritos antiguos.
En el s. XV, Europa se encontraba en los albores del Renacimiento y la pasión por aprender y redescubrir los grandes tesoros intelectuales del pasado ganaba adeptos por momentos. En 1440, el alemán Johannes Gutenberg presentó el invento que iba a cambiar nuevamente la manera en que se transmitía el saber. La imprenta reducía muy sustancialmente el tiempo necesario para copiar una obra escrita mediante un sistema de planchas metálicas con letras en relieve que permitía llenar tantas páginas como se desearan. Como no podría ser de otro modo, los pensadores clásicos fueron los primeros en beneficiarse de las posibilidades de esta máquina, multiplicando exponencialmente el número de copias disponibles de cada obra. La escritura manuscrita no acabaría aquí pero el libro impreso se revelaría como un potente vehículo de difusión cultural en las décadas siguientes. Por ejemplo, el éxito de la Reforma protestante iniciada en 1517 no es comprensible sin la publicación de numerosos libros impresos a cargo de los precursores y impulsores de este movimiento. Además de estas controversias religiosas, la imprenta permitiría por fin hablar de una literatura universal, con la difusión de obras de todas las épocas y el decisivo impulso a la publicación de nuevos libros.
El coleccionismo de libros antiguos no es una novedad de nuestros días. A lo largo de los siglos, reyes, nobles, clérigos y personajes de todo tipo acumularon inmensas bibliotecas como principal patrimonio. En nuestra sección correspondiente a estas singulares piezas, es posible encontrar tres grandes categorías:
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